En la otra esquina

La historia es implacable en señalar incoherencias de hombres de los cuales esperaríamos las actitudes más progresistas. No se imagina nada de la derecha, pero es duro constatar que en la izquierda sobran ejemplos que no superaron los mismos vicios centenarios en relación a las mujeres.

El más abominable para mí es Leon Trotsky – no por las razones que costumbra ser criticado por los comunistas. Trotsky abandonó su mujer y sus dos hijas pequeñas en la Siberia de 1902 (cuando obviamente los canales de comunicación y transporte no eran exactamente sofisticados), donde no tenían a nadie más, porque la vida familiar no encajaba en sus ambiciones personales.

«La vida nos separó», escribió Trotsky en tono de justificativa, según el biográfo Robert Service1 . En realidad, decidió de manera deliberada abandonar su familia en una remota provincia y huir del exilio a que estaba condenado por motivos políticos. Un dato relevante es que su mujer entonces, Alexandra Sokolovskaya, que conoció en la prisión, también era una revolucionaria, encarcelada por la rusia imperial y una de las pocas compañeras de cárcel que había leído El Capital, de Marx. Dice la biografía de Trotsky que el matrimonio formal fue una conveniencia, pues querían ser enviados a vivir juntos en el exilio – pero sí estaban enamorados.

Lo peor viene en seguida. «Si echó de menos a su mujer y sus dos hijas, no lo mencionó en sus memorias», relata el biógrafo. En su cabeza, estaba destinado a algo más importante que cambiar pañales. Ni soldados en guerra dejarían detrás los compañeros abatidos. Trotsky dejó a su familia. Alega que su mujer autorizó «afectuosamente» su partida – muy conveniente – y comprendió que su lucha revolucionaria era la prioridad (uno, dos, tres y así hasta el infinito).

Huyó de la Siberia en agosto, antes del duro invierno ruso, y en noviembre en París conoció la que sería su segunda mujer – y a quién traicionaría con la pintora Frida Kahlo en México. Frida, por su turno, tenía preocupaciones con el arte y la política venía en posición muy inferior. Se asoció a los estalinistas y pintó un retrato de Stalin, el mismo que ordenaría la muerte de su ex amante Trotsky2. Cuando la mujer de Trotsky se enteró de la traición, al parecer el caso ya estaba casi terminado y Frida se refería a Trotsky como «el viejo», cuenta Robert Service.

Natalya, la segunda mujer, veía su papel como subordinado a un hombre de extraordinaria capacidad intelectual – como es innegable era Trotsky. Alexandra Kollontai, revolucionaria comunista y entusiasta del amor libre, dedicó panfletos a alertar sus compañeras de que el matrimonio era una trampa burguesa que debía ser evitada por ellas. Era común, incluso entre los grupos que lideraban el avance social de la época, que las mujeres tuviesen que eligir o bien la lucha política o bien tener familia.

El episodio protagonizado por Trotsky fue cruel con su mujer e hijas, mientras el de Che Guevara fue solo curioso – no trataré aquí el de Lenin para no alagarme. Nos cuenta Jorge Castañeda (autor nada simpático ni identificado con la izquierda) que el revolucionário argentino enfrentaba problemas conyugales cuando se sumó al grupo que partió de México para derrocar la dictadura cubana.

Castañeda lo considera un hecho «de menor importancia, pero no insignificante». La realidad es que su matrimonio «ya había fracasado» cuando empieza la historia del revolucionario. Guevara escribió a una amiga en Buenos Aires, poco después que naciera su primer hija, que la situación era «desastrosa» y «ahora tengo la total certidumbre de que me podré ir (con los cubanos)«.

¿Tendría Che Guevara se sumado a la naciente revolución si su relación afectiva fuese el paraíso en aquel momento? Nunca lo sabremos, pero no deja de ser curioso que al mismo tiempo en que fracasaba en lo personal se hubiese presentado la oportunidad de rehacer la vida con un desafío del tamaño al que se sumó.

En sus memorias, Hilda Gadea, ex mujer de Che Guevara, cuenta que tenía ilusión de retomar la relación cuando viajó a Cuba tras el triunfo de los revolucionarios. De manera contraria, El Che siempre lo tuvo claro: la relación estaba terminada desde que su mujer viajó al Perú, poco antes que él se juntara al grupo cubano.

«Ni remotamente se puede esgrimir la tesis de que Guevara emprende la vía insurrecional solo por dejar a su compañera peruana; sería igualmente erróneo, sin embargo, excluir del cúmulo de ingredientes que provocaron su decisión el agotamiento de su matrimonio», escribe Castañeda3.

En las más de 500 páginas de la biografía del Che, ese hecho aislado es llamativo para mí. ¿Cuántas veces, en nuestras vidas, nos deparamos con algo que puede cambiar bastante las cosas y cuántas mujeres tienen el desprendimiento, la libertad, el permiso social, el de su consciencia, y la capacidad real de decir ‘me voy’? Si Trotsky fuera mujer, hubiera sido juzgado de manera peor en lo personal que en lo político. No sirve pensar que este es un hecho de hace un siglo. Lo vemos hoy en todas las esquinas.

1.Trotsky, biografía de Robert Service

2. Hay un interesante documental sobre el asesino de Trotsky, el catalán Ramón Mercader: Asaltar los cielos

3. La vida en rojo, una biografía del Che Guevara, de Jorge Castañeda

2 respuestas a «En la otra esquina»

  1. Definitivamente no se vale ni se justifica. Es algo que ni antes, ni ahora ni mas adelante se podrá sentar como acto o reacción justificada ni meramente necesaria. Y me alegro mil que ellas no lo hagan ni lo harán bajo ningún pretexto ni circunstancia imperativa. /cc @tama

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